Entra en la cocina, la mesa limpia, los platos escurridos, abre la heladera, saca el agua que verte en un vaso, traga, siente como la frescura recorre el cuerpo, da media vuelta, se agacha, busca. Lo agarra, de acero inoxidable. El frio del metal clavándose primero en muslos, después en pantorrillas, parada sobre el mantel, ve caer su piel rallada, donde rojo surge, no vuelve a pasarlo. Ahora, camina pensando que al día siguiente, comerán fideos con mucho queso, sabiendo que la piel brota de sus piernas, cubriendo todos sus músculos.
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